Hasta siempre me dijiste,
recogiendo los pedazos de escarcha
que mis manos jamás sembraron.
Ya nada justifica la espera,
las palabras, ni la noche en que te creí
presa de la misma nostalgia
que me uniría por siempre a tu sombra.
Hasta siempre me dijiste,
lanzando maldiciones
desde el otro lado del mar,
atravesando las Islas y océanos de hielo
que separan tu vida de la mía.
Dejaré de buscar tu rostro
oculto tras las ventanas,
dejaré de creer que me acompañas
en cada uno de los versos
que desde siempre desangraron mi alma.
Dejaré de asomarme al abismo
donde tu risa iluminaba la penumbra,
perfumada de flores e incienso.
Te dejaré marchar,
a ti, malograda claridad
que no has dejado más que escombros a tu paso.
A ti, que has olvidado los momentos
en que tu mirada buscó la mía,
en que mi voz acarició tu frente,
sin más pretensión que regalarte
el tacto tibio de las nubes
sobre los cristales.
Mi querida tempestad,
te digo adiós desde estas líneas
que quizás nunca llegues a leer,
que quizás no lleguen a ser más que papel
recordando el olor a tierra mojada.